Paranoias (Heath)

Era una paranoica. Nunca lo hubiese pensado. ¿Yo? Se suponía que yo no le temía a nada. Ni a las montañas rusas de mil metros ni a las tarántulas. Vale, detestaba las agujas, pero ahí terminaba la cosa. Y ahora me había escondido en un pequeño barecillo huyendo de lo que me había parecido como un atracador.
Era todo culpa de mis hermanos. Me acababan de llamar, y me habían llenado la cabeza de historias de acosadores diabólicos. Ahora no tenía ningunas ganas de volver a mi casa. Sería incapaz de recorrer 7 manzanas de callejones oscuros.
Bufé, y, encogiéndome de hombros, me senté en una mesa. Mi padre solía decir que no había nada más triste que sentarse sola en un bar, pero no me importó. Adoraba a mi padre, pero sus ideas eran un poco estrambóticas.
Pedí una Coca-Cola. Horriblemente infantil, pero así haría tiempo, y no podía gastarme mucho dinero, almenos si quería volver en taxi.
Maldije mi incapacidad para manejar nada que supere en tamaño a una bici. Seguro que todas las chicas de Nueva York tenían coche, o al menos, sabían conducir. Excepto yo.

El frío en NY era horrible. O talvéz la ciudad era la fría, quién sabe. Soy hombre de costa, las nevadas eran una por década, con algo de suerte. El no tener aire acondicionado no facilitaba las cosas, debería recurrir a los métodos de la vieja escuela, un trago fuerte. Abotoné el último botón de mi abrigo, crucé una bufanda en mi cuello que tapaba gran parte de mi rostro, y me dispuse a caminar por las calles de NY.
Una chica que caminaba delante mío me mandaba miradas nerviosas a lo largo del camino hacía uno de los pocos bares que conocía. Reía por lo bajo cada vez que la chica me miraba, tenía una mirada de conejo asustado. Al parecer ambos tuvimos la misma idea, al poco de que ella ingresará al bar entré yo, aún con la bufanda cubriendo hasta mi nariz.

Estaba dándole un sorbo a mi bebida cuando la puerta se abrió, enviandome una ráfaga de aire helado. Y allí, como de la nada, apareció el "hombre extraño", al cual acababa de bautizar.
No pude evitarlo, y me atraganté con la Coca-cola. Empecé a toser, haciendo que todo el bar al completo se girase para mirarme, excepto una pareja de un rincón.
Dí otro sorbo y me calmé, haciendo un gesto con la mano dirigido a todo el bar, para demostrar que me encontraba bien. Poco a poco cada uno volvió a ignorarme, menos el camarero, que me lanzaba insistentes miradas de solsayo que interpreté como "ni se te ocurra morirte en mi bar".
Aún con los ojos llorosos por la tos, miré de reojo a mi Hombre Extraño. Vale, a pesar de que no le veía casi toda la cara, no parecía tétrico.

Una ola de aire calido me golpeo al momento de entrar. Mucho mejor.
Como bienvenida una fuerte toz hizo eco a lo largo del local, alzé mi cabeza en busca del sonido. Dos mesas más allá la chica que había visto hace unos momentos, tocia en busca de aire y poco a poco hiba tiñendose de un color rojo. No me considero particularmente una clase de caballero o algo por el estilo, sólo digamos que soy un estereotipo inglés, ya saben, una sonrisa cortes y un té en la mano. Removí mi bufanda y desabotoné mi abrigo, antes de caminar hacia la chica.
-¿Te encuentras bien?- Pregunté preocupado mirando sus ojos llorosos.

Aún con los ojos llorosos, vi como mi Señor Siniestro (ese apodo me gustaba más), se desabotonaba la chaqueta ligeramente, y se desenrollaba la bufanda que le tapaba gran parte de la cara. A pesar de mi miopía y de las lágrimas de mis ojos, descubrí que el apodo no le hacía justicia, ya que ni siquiera poseía una larga cicatriz en la cara, cosa que me había imaginado en todos los villanos neoyorquinos.
A pesar de eso, no pude evitar sentir una punzada de decepción: hubiese sido una buena historia que contar si me hubiese seguido un SeSi (Señor Siniestro), y le hubiese dado esquinazo en un bar. Así mis queridos hermanos cerrarían el pico de una vez.
Estaba sumergida en mis pensamientos incoherentes cuando me dí cuenta de que el chico (porque ya no era un atracador. eso estaba claro), se había acercado a mí, ligeramente preocupado. No quise pensar qué pintas tendría.
Me preguntó si estaba bien, y en ese momento, mi cara cambió de expresión drásticamente. Acababa de reconocer el clásico acento que nos caracterizaba a todos los británicos.
Una enorme sonrisa se dibujó en mi cara, en parte como agradecimiento por su preocupación, y también, cómo no, por haber encontrado a un británico de verdad.
-Claro. Gracias por preguntar.
Ya había olvidado que hace menos de dos minutos le había tomado por un atracador, o algo peor.

Mi cara era un poema ¡La chica era británica! Fruncí la boca en una mueca tratando de indentificar el origen de su acento.
-¿Eres del norte de la isla?- Me aventuré sonriendo. Su acento tenía un ligero tono Irlandés. En cambio el mío con el tiempo aprendí que era un inglés más clásico, sin influecias de países y de típicas comedias americanas.
-¿Puedo?- Pregunté tímido indicando la silla a su costado. Al parecer la chica se encontraba sin compañia y claramente no iba a perder la oportunidad de, cómo decirlo, estar en contacto con mis raícez más allá de ver a Mr. Bean todas las noches.

Era obvio que había identificado mi acento, porque me preguntó si era del norte de la isla. No pude evitar devolverle la sonrisa:
-Noroeste. Liverpool-y como siempre que decía mi lugar de origen, añadí-. La cuna de los Beatles.
Mi sonrisa se ensanchó cuando me preguntó si se podía sentar.
-¡Claro, adelante!
A pesar de mi enorme e inborrable sonrisa, había tomado un aire de suficiencia. Ya no estaba "sola en un bar" así que ni siquiera mi conciencia (extrañamente parecida a la voz de mi padre) iba a burlarse de mí.
Dí un sorbo a mi cutre Coca-Cola con la pajita. Me encantaban.
-Y bien... ¿Tu eres del sur? ¿O me equivoco?
El acenyo de Liverpool era reconocible, pero el único lugar inglés en el que había vivido a parte de mi ciudad natal era Londres, y ahí había tal variedad de nacionalidades...

Me reacomodé en el asiento, dejando mis cosas a un costado. La escasez de ventanas y la aglomeración de personas hacían al bar algo sofocante, ya sentía la garganta algo seca, tragué un poco de saliva para continuar hablando.
-¿Liverpool?- Entrecerré los ojos examinándola. Tenía una hermosa sonrisa, dientes derechos y blancos, no podía ser de Liverpool. Por una extraña razón la mayoría de las chicas nacían con los dientes hacia todos lados, era algo escalofriante, aunque claro, no para los ortodoncistas- ¿Bromeas? Tus dientes son hermosos.
Pedí a un camarero que pasaba a nuestro costado una Budweiser, necesitaba beber algo, y nada mejor que la reina de las cervezas. Tomé un pequeño sorbo cuando el muchacho dejó la botella en la mesa. Mucho mejor.
Asentí en respuesta- Exacto. Soy de Bournemouth, no te esfuerces, nadie lo conoce, aunque esta a un par de horas de Salisbury, ya sabes, donde están las rocas grandes- Sonreí, jugando con el cuello de la botella con mis dedos.

El chico se extrañó de mi origen. Al parecer tenía unos dientes muy bonitos para ser de allí. La verdad es que en Liverpool había una escalofriante cantidad de dentistas.
Pidió una cerveza, y mientras esperaba a que el camarero volviese se lo aclaré:
-La verdad es que nunca he tenido caries ni nada de eso, pero he llevado aparato durante ocho años. Por suerte casi todo el mundo estaba igual que yo, por lo que no me importó mucho. Aunque a mí llegaron a operarme. Me pusieron diez puntos en la boca- hice una mueca-, y poco tiempo despúes me pusieron cinco más porque me partí el labio jugando a criquet. Así que me he pasado media vida en el dentista y en el hospital-concluí, riendo levemente y encogiéndome de hombros.
-Aunque la verdad es que soy un poco maniosa en cuestión a las bocas. Una vez me pidió salir un chico, el típico por el que están todas coladas. Le dije que no, precisamente por su boca. Tenía un diente torcido y extraño. Emma, una amiga, no me habló durante dos semanas, porque le parecía la persona más estúpida de la tierra- me dí cuenta de que era muy posible que mis tonterías adolescentes (en ese momento tenía unos quince años), no eran un buen tema de conversación con aquel chico, seguramente le importaban lo más mínimo-. Aunque claro... dudo que eso te interese mucho.
El camarero trajo la botella. Había acertado: era del sur. Dijo que era de Bournemouth, un nombre que no me sonaba de nada. Salisbury, en cambio, lo conocía, y asentí con una sonrisa, demostrando que sabía, más o menos, dónde estaba.